domingo, 3 de febrero de 2013

El Cuadro


Tanto buscaba su seguridad que todo lo que le rodeaba marcaba el ritmo de su vida. Los muebles venían de sus abuelos. Sus ropas a medida pasaban antes por sus armarios para impregnarse de sus olores. Sus zapatos solo se los ponía si antes habían estado en sus hormas de toda la vida.
Todo lo que había en la casa eran sus recuerdos. Todo provenía de vidas de otros que le transmitían sus energías.
Pero un día descubrió que un cuadro que le regaló su intimo amigo, no podía quedarse en la casa. No pertenecía a su vida. No podía estar ahí. Le repelía.
Decidió tirarlo. Desprenderse rápidamente de él. Le hacía sentirse extraño, hasta violento a veces. Nada, fuera. 
Su amigo, con los años, le recordó su regalo y él le contestó airadamente que lo había tirado, que nunca le había gustado.
-Qué pena -dijo su amigo- y que desgracia. Era la mejor forma de agradecerte la vitalidad que me has transmitido toda tu vida. Ese cuadro era de mi familia, algo de una tradición de siglos y quería que tú lo tuvieras por lo bien que te has portado conmigo.
Era un Goya auténtico.


2 comentarios:

  1. Las prisas son malas consejeras, querido amigo Txentxo, y no le permitieron a tu protagonista apreciar la magnitud de ese regalo. Estupendo relato, de los que me gustan a mí, como bien sabes. Enhorabuena. Un muy fuerte abrazo.

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    1. Me gustó escribirlo, es una pequeña parábola. Un abrazo Patxi

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