Habían pasado muchos años. Tantos, que los recuerdos estaban lejanos.
Al entrar en el camino empezaron a agolparse en su cabeza esos recuerdos, cada paso revivía el momento.
El árbol donde ataron a la vaquera, el terraplén donde se tiraba como si fuera el mejor tobogán y destrozaba los pantalones. Los chalet con sus números no habían cambiado de sitio, solo de tamaño, ahora sí parecían de juguete.
Siguió andando hasta llegar a las puertas del hotel, el color verde oliva estaba todavía enmarcado por los rojos de esos ladrillos que en ningún sitio más los había visto.
Siguió andando hasta llegar a las puertas del hotel, el color verde oliva estaba todavía enmarcado por los rojos de esos ladrillos que en ningún sitio más los había visto.
De golpe se dio cuenta que algo estaba ocurriendo, los olores, las miradas, el sitio lo habían transportado 50 años atrás, los tamaños se había hecho grandes y él había empequeñecido.
Todo volvía a ser como antes. Oía a sus amigos llegar con las bicis y a las chicas jugar en las sillas del parque. El viento movía los mismos arboles que perfumaban los recuerdos a reales.
Todo volvía a ser como antes. Oía a sus amigos llegar con las bicis y a las chicas jugar en las sillas del parque. El viento movía los mismos arboles que perfumaban los recuerdos a reales.
Veía el cántaro del agua, los columpios de hierro moverse, las botellas de choleck de chocolate, el piano del bar, a Juan el guarda. La piscina.
No había pasado el tiempo. El estaba allí con su pantalón mil rayas corto. Solo había sido un sueño a jugar ser mayor.
Pero había sido bonito
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