No
entendía como siguiendo todo los pasos le salían las cosas dulces. No
encontraba explicación a reírse sin gracia.
Su
pareja se extrañaba que siendo la mujer de su vida ahora ni bailar sabia. Se
cansaba enseguida. Sus sueños eran desesperantes. La luz se volvía tenebrosa.
Los colores se tornaban grises en toda su gama. La familia empezaba a tenerla
por un caso complicado. Y ella se desesperaba. Se daba cuenta que algo le
pasaba.
Su
pareja le insinuó que algo deberían hacer. Y la idea fue algo que nunca
hubieran hecho. Descubrir o descubrirse algo nuevo. Y empezaron por cambiar de
sitio. Un viaje. Un sitio. Un lugar por descubrir. Un horizonte como nunca
estuvo en sus ojos. Tan grande, tan inmenso, con ese color y luz que solo ese
sitio tiene.
Y
allí sí, descubrió lo que había perdido. La sal de su vida. Esa visión del mar,
ese olor a sal le hizo volver a tener la alergia de vivir y de hacer vivir a
los suyos. Cambiaria de sitio. Por si algún día la perdiera de nuevo.
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ResponderEliminar¡Un poco de sal... es mucho! Mágico relato que lleva implícita la pérdida del miedo a cambiar, a visitar nuevos mundos, a viajar en definitiva. Enhorabuena por hacer proselitismo de esa apuesta. Un muy fuerte abrazo.
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