Tenía que cruzar el parque casa vez que
hacía el recorrido diario de mi trabajo. De oficina en oficina. Trajeado, con
mi portafolios. Y todo serio, como corresponde a una persona en mi caso. Todos
los días me cruzaba con los mismos niños del colegio que había. Y me quedaba
mirando de paso a sus juegos.
Sin saber porque un día al pasar por un
grupo de niñas que con la comba saltaban alegremente por parejas, me metí en
medio. Empecé a saltar y éllas, con sorpresa al principio y llenas de estupor, siguieron
con la comba dándole.
La sorpresa nos la llevamos todos cuando
seguí el ritmo infernal que infrinjan a la cuerda y sin perder paso, acompañaba
a mi compañera de saltos, haciéndolas reír y disfrutar sin parar. El juego
consiste en saltar y en un momento concreto dar paso a las siguientes. Así que
salí y entraron una pareja nueva. Aplausos y risas.
Pero que hago saltando a la comba?. Ni me
acordaba que yo había sido niño también, que había saltado a la comba, y con el
casco recorrer las baldosas, y con el aro bajar las cuesta de mi pueblo, y los
tirachinas de madera con las gomas de las ruedas de camión, los
"monopatines" que nos hacíamos con los cojinetes que nos regalaba el
herrero, y la goma con las niñas, y el guá, el zompo y las muñecas de trapo.
Arrinconamos nuestra niñez en los cajones
con cerradura, y nos volvemos hierros viejos con herrumbre, dejamos pasar las
horas muertas mirando los blancos techos, y pisamos las aceras dejando caer
nuestros pies en cualquier sitio, sin recordar que las juntas de los ladrillos
son las rayas del casco.
Nos vestimos de corbata y tacones sin darnos
cuenta que el pantalón corto y falda plisada es la sencillez, tocar las palmas
y saltar de cama en cama no se le permite a los mayores.
Qué pena de madurez sino se recuerda la
infancia.
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