Está de moda hacer deporte. Andar. Algo que
debería ser una costumbre cómo el comer.
Y él en sus vacaciones no lo iba a dejar.
Todas las mañana se colocaba sus zapatillas. Sus calcetines blancos, si
pantalón corto rojo y su camiseta blanca. Solo le faltaba ser guapo. Porque
moreno y musculoso ya lo estaba.
Salió por el camino de tierra bordeado de
ficus gigantescos que daban a la arena blanca y fina de aquella playa inmensa
de Las Palmas. Sus paseos eran largas caminatas a paso de marcha. Calor, cielo
azul, brisa del mar. Un placer, esas caminatas.
Poca gente a esas horas se atrevía con el
agua. No tanto por la hora sino por la bravura del mar a esas horas. Esa brisa
producía un oleaje respetable que a partir de mitad de la mañana se calmaban y
dejada un sereno mar de aceite.
Unos de los días cuando estaba ya se vuelta
se fijó que las olas estaban en su salsa. Más de metro y medio de altura. Ojo!
vió entre ola y ola dos cabezas a lo lejos. Pensó, vaya locura de quien sean.
Siguió andando. Y a los diez pasos sintió unas voces. Volvió la cabeza y sus
presentimientos se cumplieron. Eran esas personas las que gritaban. Fijándose
bien no sabía si pedían auxilio o simplemente jugaban.
Prestó la máxima atención y los aspavientos
estaban claros. Sus brazos demandaban ayuda. Los gritos casi no se oían. Solo
lo pensó mientras se quitaba las zapatillas. Se lanzó al agua. Le costó la
mitad de sus fuerzas llegar a ellas. Dos chicas casi adolescentes que no podían
más. Se ahogaban. La una se agarraba a la otra y su vida se les escapaba. No había
tiempo de pensar como. A una la agarró por el cuello desde atrás y a la otra
con la mano por el pelo. Separándolas para que dejaran de agarrarse.
Esa fue una solución momentánea. Porque
ahora se agarraban a él cómo su tabla de salvación. Se hundían los tres. Un
esfuerzo y un gritó dejaron a una callada. Y se soltó de su cintura momento que
aprovecho para con los pies solo intentar nadar hacia la playa. Poco a poco.
Hablando les consiguió acercar lo suficiente para que una de ellas, la que mas
entera estaba, pudiera ir sola hacia la salvación. La otra estaba casi sin
sentido.
La gente en la orilla empezó a arremolinarse
al darse cuenta, pero nadie entraba a ayudar. Solo cuando la primera pudo poner
los pies en el suelo alguien entró al mar a ayudarla a terminar de salir.
Esa misma persona entró de nuevo a ayudarle
a él. Sus fuerzas estaban al límite no le quedaba fuerza ni para salvarse el
mismo. Unas manos le quitaron a la otra chica de las suyas y entonces se dejo
ir. Ya no había más dentro de él. Lo había dado todo. No intentó luchar más. Se
quedó a merced de las olas.
No sabe lo que pasó ni cuánto tiempo estuvo,
sus fuerzas, pocas, entraron en su cuerpo. Su mente era la que le obligaba a no
vencerse. Por fin puso un pie en el suelo. Ya no le cubría el agua. Pensó solo
en las dos chicas y en su vida. Miró a la playa. Estaba a más de un kilómetro.
Por fin salió del agua y se acercó al sitio.
Estaban reanimado a la segunda mientras la
primera de pie junto a ella rezaba para que se salvará. Por fin tosió.
Solo buscó sus zapatillas y se fue andando.
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