Las cinco y media de la tarde. Abres la
ventana de tu balcón, acercas el sillón, te sientas, miras y ves solo el cielo,
alguna nube y el sol.
Vaya momento, te sientas y te relajas.
Colocas los pies encima de otra silla. Pones la radio, da igual lo que oigas,
noticias, que música. Sin darte cuenta estas en otro mundo.
Ya no oyes la radio, el sol empieza a
calentar y tú ni te das cuenta. Tu mente es la que anda a su aire. Repasa las
cosas más raras. Una de éllas, es lo que tienes que hacer. Pensar en lo que
tienes que hacer. Parece una contradicción o una tontería. Pero te das cuenta
que lo que haces es pensar en lo que estás haciendo. Pensar que piensas. Pero
que cosas. Hago lo que tengo que hacer. Vaya forma de soñar. O dejar a tu
imaginación que vaya donde quiera.
Repasas todo lo que has hecho en el día.
Como un diario sin escribir en el papel pero que quieres guardar de nuevo en tu
memoria. Minuto a minuto, paso a paso. Retrocediendo hacia atrás hasta llegar
al momento de a tu vigilia.
Y no sólo una sucesión de hechos sino de
pensamientos que has ido atesorando con cada situación que has vivido, lo que
has sentido, lo que has querido hacer y decir en cada caso. Y te asombra de cómo
te funciona tu mente.
Las experiencias precedentes son las que van
formando cada una de las actitudes de tu vida. Vas configurando cada uno de tus
actos anteriores que dejaron su poso. Su molde. Aprendes de tus errores.
Haces de esas consecuencias tu maestría.
Actúas rápidamente pero con la consciencia de que tu experiencia te hará
equivocarte menos. Y eso te da más seguridad. Y aprendes rápido de todo o que
vives cada minuto.
Sigue al sol, que te llena de vida, y deja a
tu cabeza que se mueva en tu imaginación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario