Se hacía visible siempre por muchas cosas.
Por la altura, los sobrepasaba a casi todos, por su peso, era de los más
ligeros, por sus habilidades. Las tenia y muchas. Por su curiosidad. Todo era
digno de su interés. Y en algunas, muchas, cosas destacaba demasiado.
Todo esto en una edad donde la crueldad está
más a flor de piel que tomar leche por las mañanas, lo llevaba a extremos de
desprecio. Incluso a recibir verdaderas palizas de la Banda del Sibi. Años de
sufrimiento latente que no diario pero que poco a poco minaban cualquier idea
de parecer uno más.
Deseaba a veces ser invisible. Que nadie se
metiera con el por exceso o por defecto. Si era por un reloj malo. Era el
único. Si era porque salía voluntario peor. Si era porque siempre tenía el
balón de baloncesto ni os cuento. Está harto de ser siempre el centro del
interés de todos. Ojalá y in día llegará a clase y nadie lo viera. Solo él y el
profesor. Y no todos. Que alguno también lo tenía en vereda.
Su paciencia se acababa. No le quedaban ánimos
de nada. Su cabeza pensaba cosas raras. Hasta olvidar el camino diario al
colegio. Olvidar el nombre de aquella chica. De olvidar hasta su nombre.
Solo una cosa pudo con él. La autoconfianza.
Se marcó la idea fija de que nasa ni nadie le afectará y con esa edad sería una
locura. Empezó por agarrar al jefe de la banda del Sibi y ponerlo en su sitio.
En la enfermería. En no consentir, a partir de ese momento, ningún comentario
que le pudiera dañar. Y con dos cosas más, lo demás entendieron que ya no era carne
débil. Y que lo mejor era dejarlo invisible y dedicarse a otro.
Ahí empezó a sentirse fuerte y seguro. A ser
él
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