Tanto tiempo solicitando la reserva, más de
seis meses y por fin recibió el email. La fecha seria después del verano. Por
fin podría degustar la excelente comida de un tres estrellas Michelin. Todo se
fue preparando con mimo. La ropa, el viaje, el hotel. No había prisa para es odisea.
Habían sido más de dos años de espera para cumplir uno de sus sueños más
deseados.
Llegó el día. Ya estaban en el hotel. Toda
la liturgia estaba prevista. Lo más importante la hora de llegada. Era la única
condición que exigía el restaurador. La puntualidad. Y tenía su porqué.
Al llegar el entorno ya merecía la pena el
esfuerzo y la paciencia demostrada.
La idea de pasar unas horas disfrutando de
uno de los mayores placeres de su vida le creaba una excitación muy alta.
Y entonces se dio cuenta que todo empezaba a
tomar sentido en su cabeza. Los olores que llegaban eran los que ni siquiera
esperaba. El humo del sarmiento, el tono del queso curado, el hollín de la
lumbre, el corcho del vino añejo, la leche de oveja, el jabón de los de antes,
las nueces recién machacadas. El verdejo, el café recién hecho.
Claro todo aquello eran los recuerdos a la comida
de siempre, la de su abuela, a la comida familiar, a la auténtica, a la de
verdad.
Y era un tres estrellas, sus olores eran el principio
de la verdad de la comida.
los mejores olores.....
ResponderEliminarQue sera, que los olores nos recuerdan épocas de la niñez y el hogar?????
ResponderEliminarPrecioso. Justo lo leo a la hora de comer...mi olfato ya huele. Gracias, Asensio
ResponderEliminarExcelente vuelta de tuerca para llegar a los orígenes olfativos de la buena comida, la de siempre, la de verdad. Muy buen texto y muy acertada la imagen que lo acompaña, querido amigo Txentxo. Enhorabuena y un muy fuerte abrazo.
ResponderEliminar