Para ser una niña pensaba como adulta. Ella
decía que la dejaran con sus muñecas y sus vestidos, con sus amigas y sus
músicas. Con sus tonterías y sus misterios.
Pero cuando hablaba de cosas de mayores y
con los mayores era la más sensata. Daba sentencias que nos asombraba por dos
cosas. Por lo que decía. Y por su propia edad. No era nada normal la niña.
Es más, no sólo hablando sino escribiendo
era todavía mejor. Era capaz de llevar al extremo de la dulzura cosas que los
maduros no son capaces ni de soñar. Y cuándo tocaba dar ánimos nadie como élla.
Describía las vivencias de los demás como si
ya las hubiera vivido. Alguna sensibilidad escondida que sacaba a borbotones. Su
forma de expresar los sentimientos, de comprender las grandezas y miserias de
los humanos, y que las mostrara con esa naturalidad era lo mejor.
Era capaz de animar a una madre, de ser la
hermana mayor siendo la pequeña, demostrarle a él que no estaba en su sitio.
¿Qué había vivido esa niña en tan corta
edad?, ¿era algo innato?, ¿era heredado?, ¿eran sus genes? O era una bendición que
nos habían puesto en la vida para que nos diera ejemplos de vida.
Solo había que cuidarla como lo que era, una
niña con sentimientos de mayor, darle su espacio y respetar sus formas y
actitudes.
Están destinadas a ser lideres en la vida, a
que los demás sigan por sus ejemplos, a marcar los caminos que otros no saben
descubrir.
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