El cielo está triste. Tiene amargura. No hay
luz. Se enfada y llora.
Solo así sale de su escondite y se abraza a
mi mano con fuerza. Deja que el llanto amargo del cielo resbale por su cuerpo.
Tapa mis vestidos y cubre mi cara. Solo para que mi alegría no se pierda con
las lagrimas que resbalan por su piel.
Soló no veíamos a veces cuando los días
dejaban su luz y su risas. Dejaban los nubarrones descargar sus enfados, solo entonces nos acompañábamos
en nuestros paseos. Sabia de sobra que esos días estaríamos juntos, disfrutaba
tanto conmigo como yo con el.
Era posible que hasta la música, que me
acompañaba en mis paseos, la oyera, no la llevaba floja. Y hasta mi
conversaciones más privadas fueran cómplices de nuestros pasos. Los charcos de
agua, eran su espejo siempre. Encontraba amigos y amigas siempre, y hasta tenían
sus saludos.
Solo cuando las risas se adueñaban del cielo
azul y la luz potente del sol permanecía en el tiempo, el se ponía triste y
escondía de nuevo en aquel rincón detrás de la puerta esperando su momento de
hacerme feliz.
No quería compartirse con otros, solo quería
ser mi paraguas.
ResponderEliminarPor Dios que ingenioso....
Magnífico, querido amigo Txentxo. Has dotado de vida propia y personalidad a un objeto. Gracias por compartir este bello texto y un fuerte abrazo.
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